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Este blog es Team Suiza!!!!

miércoles, 7 de julio de 2010

Guardianes -Monty Cap 4



CAPÍTULO 4

William no recordaba la última vez que se había sentido de ese modo. Y podía deberse a que jamás había experimentando esa sensación de pérdida personal en todos los siglos que llevaba caminando por la eternidad. Los padres que le habían regalado aquella vida sin sol, seguían con vida en el sur de Oregón. Al no pertenecer a la clase Opyer de su raza no tenía hermanos por los cuales haber lamentado una pérdida. Pues sólo la clase alta de su raza tenía permitido despertar en este lado a más de un humano como hijo. Él podría haberse procurado un hermano, pues tenía derecho a elegir despertar a alguien con ese fin, pero nunca encontró motivo alguno para ello, al igual que tampoco lo tuvieron sus padres. Al ser un soldado, nunca tuvo una esposa. Los soldados o guardianes no podían casarse o lo que se entendía como esto entre los de su especie.

Cuando dos vampiros se casaban la eternidad de sus vidas quedaba fusionada. Si uno moría bajo cualquier circunstancia su consorte caía muerto al mismo tiempo allí donde se hallara. Claramente el divorcio no existía en el mundo de la noche sin fin. Como tampoco los fracasos matrimoniales. O no al menos entre la clase popular de la raza. Sí era cierto que en la clase Opyer se habían dado casos donde el consorte no moría al fallecer su pareja. Y era entonces cuando se descubría que había sido una unión por conveniencia, donde el amor jamás había existido. Teniendo en cuenta esto, era bastante lógico que aquellos que se alistaban para mantener el orden y salvaguardar a su raza carecieran del derecho a emparejarse de ese modo. Un soldado era un bien muy valioso y su existencia no se podía ver ligada a la supervivencia de otro. Y al mismo tiempo no era justo que un vampiro que había decidido vivir una apacible eternidad se viera sometido desde su tranquila posición a los riesgos continuos que corrían los militares con el fin de conservar esa misma paz.

Por todo esto no era de extrañar el estado de profundo pesar en el que se estaba hundiendo William. La muerte de los Legrende no era un simple fracaso en su carrera como capitán. También era su primer fracaso. Y también era una pérdida personal brutal. La primera que le golpeaba en siglos. Gregori y Selina Legrende no eran sólo su trabajo. En cierta manera eran el núcleo y centro de su existencia. En los dieciocho años pasados asignado a su cuidado, desde que estos adoptaran a Cassidy, se habían convertido en su familia más cercana. Unos hermanos a los cuales ofrecer su ayuda y sus servicios. Se habían portado con él así desde el principio, teniendo en cuenta siempre sus consejos y opiniones. Como un hermano mayor que los guiaba en su andadura como padres. No era parte del servicio, era un pilar querido y solicitado siempre con maneras respetuosas y afables, a quien acudían en busca de consejo. Le habían hecho sentirse útil de una manera mucho más honorable que matando Vampirs como general del ejército.

Ahora esos días dulces habían acabado. Tenía una huérfana humana, por el futuro de la cual tendría que moverse entre la estirada cúpula Opyer para que le ofrecieran el asilo del cual era merecedora. Y frente a él dos de sus hombres esperaban oír de sus labios el relato de su fracaso. Para empeorar esto, no eran cualquiera. Hardy, con su carácter despierto, inquieto e intrépido, era el que menos le preocupaba. Aquel guardián, tras el duelo que todos sin duda padecerían, se repondría. Era imposible desmoralizar a aquel muchacho de más de quinientos años. Pero sería igualmente un duro golpe para él. Hardy había encontrado en aquel destino de guardián una base para su vida. Algo en lo que centrarse y calmarse. Sin aquel puesto, entre las filas de los soldados, Hardy… “¡Dios! ¿Cómo narices se las había apañado Hardy para sobrevivir tanto tiempo en el ejercito?” William era incapaz de entender el modo en que el loco californiano no había logrado que le mataran en combate o cómo había conseguido librase de un expediente disciplinario que permitiera a sus superiores dejar que se tostara al sol. Los Legrende le habían proveído de un hogar y una familia por la que mantener su trasero lejos de las trastadas mortales en las que le gustaba tanto jugarse la vida a modo de pasatiempo. Al tiempo que una libertad, de vestuario, horarios y quehaceres, la cual ningún ejército le permitiría. Había podido salir a practicar deportes de riesgo como válvula de escape para su temeraria personalidad siempre que quería, llevar la ropa que quisiera y…

Si Hardy tuviese que volver a su antigua vida sería un problema. Sin duda. Y como buen capitán que Will era se preocupaba por el futuro de sus hombres. Pero había uno del cual no sólo le preocupaba su futuro. Ese era Gabriel. Y no, no era el futuro de Gabriel lo que le preocupaba. Era su presente y su mente lo que le hacía permanecer callado mientras él y Hardy esperaban por sus palabras. Lo que más temía era que su subordinado volviera a quedar perdido y enterrado en aquel pozo oscuro de rabia y venganza. Temía que volver a perder al aniñado, generoso, sin maldad alguna, testarudo, de sinceridad aplastante por necesidad, bromista, noble y sentido Gabriel. El Briel de Cassidy. Por el aspecto de la sala, el capitán ya sabía que su hombre había sucumbido a su propio monstruo interior. Ni aún sabiéndose solo con Cassidy y su tatuaje doliéndole horrores. En ese momento con ellos tres más para encargarse de la protección de la chica ningún deber le impedía dejarse llevar.

-No sé por dónde empezar -masculló, hundiendo la mano en su alborotado pelo castaño.

Frente a él, sentados en el suelo, Gabriel y Hardy esperaban nerviosos. Al voltearse lo que vio le hizo saber que no podría esperar el respaldo de Alexander para dar ese informe. El flequillo negro como la noche le ocultaba los ojos del chico, que estaba inclinado mirando sin descanso a Cassidy dormir. Si para Will el asunto era personal no digamos ya para Alexander.

Alexander había vivido prácticamente como un Legrende más y no como un guardián, debido a su tarea a desempeñar dentro del grupo. Y aunque esto pudiera parecer una ventaja, no era tal. Aún menos ahora. El muchacho de cuerpo estilizado, fuerte y fibroso no sólo era un soldado Obour. Era un secreto para el resto, pero no para Will. Alexander también era un Opyer. Había renunciado a su privilegiada posición social y se había alistado en las fuerzas por la ley y orden, tras que otro Opyer contratara a un grupo de sicarios Vampirs que terminaron con toda su familia: sus dos padres y su hermana. Para Alexander la pesadilla se repetía doscientos años después. Había llegado a querer a los Legrende y Cassidy tanto o más que a su familia originaria. ¿El motivo? Con ellos incluso había podido revivir un especie de infancia y una adolescencia.

-Bien -concluyó William, sabiendo que estaba solo en aquello-. Alex y yo estábamos con los señores Legrende en el salón, cuando…

El relato comenzaba con Alex y Gregori charlando sobre arte gótico en la mesa de enfrente a la ventana del salón. William junto con Selena debatía sobre los detalles de la vuelta al mundo que harían con Cassidy. Se planteaban si era correcto que todos los guardianes abandonaran el hogar familiar y en tal caso la necesidad de pedir al ejército un par de soldados que les cubrieran hasta la vuelta. La escapada duraría todo el verano, hasta que Cassidy tuviera que regresar e ingresar en la escuela Opyer que le inculcaría las costumbres y demás detalles de la vida vampira en su posición social.

Con Gabriel y la chica fuera y Hardy lejos descargando adrenalina sobre las olas, todo estaba tranquilo. Pero un estruendo de cristales rompió esa paz. La ventana junto a la mesa de té había sido atravesada por dos Vampirs que al mismo tiempo saltaron sobre Alex y Gregori Legrende. Ambos opusieron resistencia y presentaron batalla. William estaba en pie manteniendo tras de él a la señora Legrende mientras rápidamente salía de su asombro y trataba de reaccionar. Sin tiempo para decidir una estrategia. Un tercer y cuarto sicario volaron penetrando en la casa por la ventana más cercana a la enorme chimenea, cargando con dos gigantescas antorchas.

-¡¡Sácala de aquí!! -gritó Alex.

-¡Gregori, tenemos que marcharnos! -vocifero Will en respuesta para que el señor Legrende tratara de zafarse de su atacante.

-Estoy bien, hijo -gruñó éste, forcejeando en el suelo con el Vampir totalmente vestido de negro y con la cara cubierta con un pasamontañas, como el resto-. Sólo dame unos minutos. Y os alcanzo.

Parecía que el señor Legrende se lo estaba pasando en grande, recordó con tristeza William. Era como si por fin pudiera hacer algo que por su categoría aristocrática se hubiera estado conteniendo de hacer por siglos. Al fin gozaba de la aventura que tantos años de estirada opulencia le había sido negada. Y Alex tampoco aparentaba estar mal del todo. Era como verle salir a cazar con su padre, o como si ambos estuvieran disfrutando de un partido de fútbol. En los segundos que Will estuvo allí parado, les vio hacerse muecas de divertimento y complicidad. Cualquiera diría que se encontraban en medio de una actividad programada en una escapada de fin de semana sólo para hombres. O en una carrera de sacos de padres e hijos en el picnic de la empresa. Pero el olor a tela quemada enturbió todo aquello. William, creyendo que Alex y Gregori tenían todo controlado, se apremió a sacar a Selina de escena antes de que le diera un colapso. A ella sí que no le resultaba nada excitante o divertida aquella situación.

-¿Y mi hija? -preguntó ella alarmada, resistiéndose a ser arrastrada por Will hacia la bodega.

-Tranquila. Está con Gabriel. -Will notó una molesta sequedad en la garganta. Extrañado, miró a su alrededor. Todo el salón estaba prácticamente en llamas y éstas ya estaban consumiendo velozmente las cortinas de las ventanas que daban al jardín trasero-. Las llamas le habrán alertado. Estoy seguro de que él la estará llevando ahora mismo al refugio.

Sin aceptar más objeciones de parte de Selina, emprendió el camino hasta el sótano. Por el trayecto pudo comprobar por el humo que descendía por la majestuosa escalera, que más intrusos habían entrado por las plantas superiores y también las habían incendiado. Ya estaban junto a la pared de la bodega que ocultaba la puerta al pasadizo secreto, cuando la señora Legrende profirió un alarido que congeló el alma de William. La mujer cayó al suelo de rodillas con las manos alrededor del cuello. Will corrió en su auxilio pensando que estaría sufriendo algún tipo de ataque de ansiedad.

-Dile a mi niña -gorjeó como si tuviera la garganta llena de sangre-, que aunque fui dura siempre la quise.

William se puso tras ella y la recostó sobre sus piernas. Miró confundido los vidriosos ojos verde esmeralda. Palpó con mucho respeto su cuerpo por encima del vestido negro de satén de su señora en busca de alguna herida que hubiera pasado por alto. Pero no encontró nada. Ni un rasguño. Le volvió a mirar el rostro sabiendo esta vez qué era lo que estaba pasando. Tenía los finos labios retorcidos en una mueca de dolor, pero aun así fue capaz de gesticular una sonrisa al más puro estilo estrella de cine.

-Todos vosotros, cada uno, habéis sido un regalo. Y tú, capitán, el mejor y más valioso. Cuida de mi niña y recuérdale -un estertor quebró la frase-, todos los días que sus padres la quisieron más que a nada en el mundo.

Apretando las temblorosas manos de Selina entre las suyas, Will se las llevó a los labios y las besó con decoro.

-Mi señora, yo le prometo que no habrá una noche en la eternidad de Cassidy en la que no le recuerde su amor por ella.

-Lo sé, guardián, lo sé.

Esas fueron las últimas palabras de Selina, y con el recuerdo de ellas, Will dio por terminado su relato de lo acontecido. En el búnker nadie tenía la necesidad de preguntar qué mal se había llevado a la señora Legrende. El amor entre Gregori y Selina había sido sincero, a pesar de las habladurías que circulaban sobre que ella sólo lo había aceptado por su título. Rumores basados en que ella no era una Opyer y en que las personalidades de ambos eran dispares totalmente. Ella había amado a Gregori tanto como él a ella, y ahora todo el mundo lo sabría. Las injurias sobre el supuesto falso afecto de Selina por su marido acabarían y de eso estaba dispuesto a encargarse el propio Will.

-Mi padre -comenzó a decir en voz baja Alexander, como si realmente sólo estuviera hablando para sí mismo-, luchó como lo que era, un Legrende. Hasta las últimas consecuencias. -Hablaba en trance sin apartar la mirada de Cassidy. Will se había girado para verle y sus compañeros se habían puesto en pie-. Aquel bastardo sin honor le arrojó al rostro un cojín ardiendo y después le rebanó el cuello.

Del modo en que las palabras salían sin matiz alguno de la boca de Alex, William no sabía si estaba rememorando lo pasado o reviendo la muerte de su primer padre nocturno. Todos guardaron silencio y él continuó hablando del mismo modo.

-Pero yo me encargué de él y de su compañero. Cuando entré en el vestíbulo… ya era tarde… era tarde… la habitación de mi hermana había sido devorada por las llamas… Ella… -Alex levantó la cara por primera vez desde que había clavado los ojos en Cassidy. Estaban rojos y escocidos por la multitud de lágrimas diamantinas que habían brotado de ellos-. No pude salvarla.

Will rodeó la cama y obligó a Alex a mirarle tomando su rostro con ambas manos. Alexander miraba a su capitán suplicante, William pudo ver que se hallaba inmerso en el pasado, confundiéndolo con la realidad presente.

-Alexander. Alex, mírame -le ordenó con voz profunda-. Cassidy está aquí, está bien. Mírala. -El chico le miró con sus profundos ojos grises, torturado-. Alex, mírala. Está bien.

Desconcertado Alexander miró en la dirección que señalaba con la cabeza su capitán. Dio un profundo suspiro y seguido de una risita nerviosa pareció despertar de su trance.

-Y todo por tu puñetero gato, Gabriel -dijo, buscándolo en el frente. Pero el muchacho ya estaba a su derecha, posando su enorme mano en el hombro tembloroso de Alex-. Espero que lo hayas encontrado porque estoy deseando besar a esa bola de pelos.

-No. Lo siento. No lo encontramos -respondió Gabriel con un hilo de voz.

-Pues no pienso besarte a ti por muy agradecido que esté. Eso que te quede claro.

Los cuatro hombres rieron de manera perezosa pero franca al ver ante ellos al ácido Alexander de siempre. Gabriel sólo le dio una inclinación de cabeza con una sincera sonrisa, que se apagó cuando Alex le sorprendió a él y a todos, levantándose de repente para estrechar al gran hombre entre sus brazos. Gabriel pudo sobresaltarse con esa muestra de cariño espontánea, pero entre sus brazos sintió que su compañero sufría y que sentía aquel abrazo en lo más profundo de su ser. Sin reparo alguno ni reserva, él le respondió del mismo modo, sosteniéndole. Ocultando el rostro de Alex cuando supo que más lágrimas cristalinas estaban bañando su rostro.

-Gracias, Gabriel. Gracias. No sólo la has salvado a ella. Nunca te lo podré pagar.

-No hay deuda que saldar. Hubiera dado mi vida.

-No lo dudo, grandullón, ni por un segundo. -Alex palmeó sonoramente la espalda de su compañero. Disimuladamente limpió sus lágrimas y dio un fuerte carraspeo antes de separarse de Gabriel-. Basta de tanto sentimentalismo entre hombres apuestos y fuertes. Esto no es Brokeback Mountain.

Dicho esto, la tensión del momento se disolvió y Will se permitió respirar tranquilo por el momento. Ya se preocuparía por el futuro de sus hombres si la familia que se hiciera cargo de Cassidy decidía prescindir de sus servicios como escoltas. De momento tenían que descansar, investigar lo sucedido, hablar con los hermanos y el padre de Gregori Legrende y… Sólo de pensar en la larga, tediosa y desagradable lista de tareas que tenía que coordinar a raíz de la muerte de sus señores, a Will le dolía la cabeza.

Por el momento todo se mantenía en orden. Hardy no había tratado de ir en busca de la guarida de los Vampirs protegiéndose del sol con una colcha. Gabriel no había echado abajo el búnker a base de golpes y el único mueble sano que quedaba, la cama, seguía intacta tras que el muchacho supiera de la muerte de los padres de Cassidy. Alexander parecía a salvo de quedar abatido por la abertura de viejas heridas y estaba velando el sueño de la chica, que, al igual que cuando era pequeña, había trepado por el pecho de Gabriel sumida en el sueño hasta estar prácticamente tumbada sobre él, acurrucada en un ovillo con la colcha hasta la barbilla.

Curiosamente, el rubio guardián parecía estar muchísimo más incómodo que cuando hacía dos días Cassidy se había rendido a los brazos de Morfeo en la misma postura. La chica estaba nerviosa por la decisión que había de tomar en la víspera de su decimoctavo cumpleaños y como siempre, incluso cuando era una criatura sin apenas consciencia, había buscado a Gabriel. Él siempre era el encargado de proporcionarle paz. Tal como buscaba a Hardy cuando estaba deseosa de aventuras, a Alex cuando necesitaba un igual con el que charlar sobre preocupaciones tribales de su edad o a Will cuando buscaba sincero consejo sobre qué hacer en algún asunto realmente serio.

Aparte de ese gesto algo extraño en Gabriel, todo se sostenía de algún modo. Sus hombres era como fichas que en un círculo perfecto se apoyaban los unos con los otros para mantenerse en pie. Hardy, centrado en manejar el paquete bomba que podía llegar a ser Gabriel. Éste, mostrando a Alex que no tenía que sufrir por el bienestar de Cassidy. Y Will… William se mantenía ocupado pensando en todos ellos y se apoyaba en el consuelo de que aunque se veía golpeado por su primera pérdida importante como vampiro, aún le quedaban todos ellos para sentirse afortunado y saber que no todo estaba perdido. Y aún tenía una misión, como cada uno de ellos. La suya era mantener el grupo unido, a salvo del resto y de ellos mismos.



*******

Las horas pasaron y hasta el mismo Gabriel, que extrañamente parecía estar luchando consigo mismo para no dormirse, lo hizo. Todos descansaban, todos menos Alexander. Él se mantenía sentado, apoyado de costado al otro lado de los cojines en los que Cassidy había tenido la cabeza apoyada. De esa manera había permanecido toda la mañana, vigilando el descanso de la que él sentía como su hermana pequeña más que como la humana a su cargo. Por un segundo Alexander se tensó al ver cómo Cassidy se revolvía levemente sobre el pecho del guardián que ejercía prácticamente de colchón para ella. Estaba teniendo una pesadilla. A Alexander le resultó muy curioso que bajo los párpados de Gabriel sus ojos se movieran descontrolados, era como si él y Cassidy hubieran entrado en un mal sueño al mismo tiempo. La chica inquieta se giró, liberando de su peso al enorme guardián, llevándose consigo la manta y dejándole al descubierto.

La pesadilla de Cassidy pareció llegar a su fin con ese cambio de postura en la cama. Por el contrario, Alex pudo comprobar que su compañero seguía sumido en ese infierno onírico. Ahora podía ver cómo su sudadera azul subía y bajaba a gran velocidad, movida por sus fuertes pectorales a causa de una acelerada respiración. Alexander no era muy dado a la compasión entre varones, pero ver a Gabriel de ese modo, era como ver a un niño tembloroso y angustiado.

-Gabriel -le llamó en un susurro, inclinándose sobre las almohadas, y zarandeó el hombro del chico con cuidado-, Gabriel. -Como no respondía se acercó más a su oreja-. Grandullón.

-¡¿Qué pasa?! -preguntó sobresaltado y descolocado al tiempo que se incorporaba violentamente, quedando sentado.

-Nada. O nada más. ¿Qué quieres que pase más? Por Dios, Gabriel. -A continuación Alex hizo fuerza con su mano tirando del hombro de este para que se tendiera de nuevo-. Sólo estabas teniendo una pesadilla. Vuelve a dormirte.

-¿Dónde está Cassidy? -preguntó Gabriel, dejándose arrastrar hasta el lecho-. Estaba…

-Sí, sí. Estaba sobre ti -le dijo con tono aburrido-. Por suerte se apartó antes de que decidiera despertarte, o habría acabado empotrada en la pared. Ella también estaba teniendo una pesadilla.

Gabriel de inmediato giró levemente la cabeza hacia su derecha. Sí, allí estaba ella. Le daba la espalda y se alegró profundamente de que al fin hubiera roto el contacto con él. Ahora podría dormir tranquilo. No tendría que preocuparse de que su genio Obour le mandara sus sueños. Antes había temido que aquel maldito poder averiado la estuviera trasmitiendo el puñado de sensaciones extrañas que le estaban invadiendo. Pero había sido peor, le había transmitido las imágenes de sus pesadillas. En realidad el que tuviera sensaciones, aparte de la de confort al saber que haces bien tu trabajo, cuando Cassidy se arremolinaba contra él porque estaba inquieta, ya era extraño. La chica lo había hecho un trillón de veces a lo largo de su vida. Y él siempre la había acogido con agrado, era como una más de sus tareas específicas del cargo. Ninguno de sus compañeros era capaz de estar horas sin moverse o pronunciar palabra sólo porque ella necesitara un remanso de paz en el que sentirse protegida. Sin embargo, él estaba encantando con esa labor. Le encantaba permanecer quieto y en silencio, relajado. Sin tener que pensar en qué hacer o qué decir.

Pero algo estaba cambiando. Todo estaba cambiando y Gabriel odiaba los cambios. Y si no fuera suficiente con que la casa hubiera sido devastada, con que habían matado a sus señores y con que su magia estuviera danzando entre él y Cassidy a su antojo, ahora también tenía que lidiar con eso otro. Con el hecho de que al sentir a Cassidy cerca de él no se sintiera en paz consigo mismo, como había sucedido siempre. No, ahora cada vez que la chica se le acercaba su atolondrada cabeza tenía que pararse a decirle lo bien que le olía el pelo, lo suave que era su piel, lo cálido que se sentía el ligero peso de su cuerpo, lo sedosos que serían sus labios y un montón de pensamientos tan inapropiados, tanto, que si hubieran sido de Will o Hardy él se hubiera ofrecido a ayudar a Alexander a matar al que fuera.

Sin lugar a dudas Cassidy era una muchacha hermosísima. Con su pelo ni rubio ni castaño, sino a mechones de ambos, ligeramente ondulado, con un cuerpo esbelto al tiempo que recio y una cara… Su nariz era pequeña y muy similar a la de las hadas, con la boca pequeña en forma de corazón carnoso y unos enormes ojos color miel amurallados por largas, rizadas y espesas pestañas. Para él no había mujer más guapa sobre la tierra. Pero siempre había atribuido ésto a una especie de amor fraternal. Al igual que para un abuelo su niñito es el más inteligente, para un padre su hija es la más bella etc., etc.

Gabriel siempre pensaba que él sabía poco de casi todo. Para él la vida entera estaba llena de enigmas irresolubles y por ello jamás intentaba entender nada. La mayor parte del tiempo se lo pasaba evitando entrar en cualquier asunto que pusiera en evidencia lo que según él era falta de inteligencia. Se dejaba guiar por sus compañeros o se limitaba a cumplir lo establecido y ordenado, sólo para no errar. Al igual que siempre trataba de mantenerse en silencio para no meter la pata, ya que para la opinión de todos carecía de filtros entre su boca y su mente. Pero había algo que él no podía esquivar. Algo de lo cual sería incapaz de esconderse. No tenía dónde, ni cómo. Esa cosa era un jodido enigma enorme y confuso. Y no era que se le echara encima o corriera tras de él. Es que provenía de él mismo.

-Grandullón -le llamó Alex de nuevo, sacándole de sus pensamientos. Se había quedado rígido, con los ojos fijos mirando la nuca de Cassidy-. ¿Estás bien?

-No -se giró para quedar de espaldas a la chica y ocultando su rostro a Alexander-. Y tú tampoco, o te estarías burlando de mí en vez de preocupándote.

-Pero qué bien me conoces, gigante verde. Anda, intenta dormir algo más.

Alexander sonrío para sus adentros y regresó a posar la vista en Cassidy. Hardy, que había estado tumbado de costado de cara a la chica, se había volteado y su melena, enredada en un amasijo por la sal del mar, había caído parcialmente en el rostro de ella. Las puntas del pelo del surfista estaban haciendo cosquillas en la nariz de Cassidy. Despacio y con cuidado, Alex se dispuso a retirársela. Pero cuando la chica empezó a mover su pequeña nariz supo que era tarde. Así que dejó esa tarea para pasar a taparle la boca con la mano. Iba a despertarse y en cuanto le viera pegaría un grito de alegría que acabaría por levantar a los demás. Y así fue. Los ojos de Cassidy se abrieron lentamente al principio, pero en cuanto enfocó la vista y vio sobre ella el rostro elegante de Alexander, éstos se abrieron de par en par. Se lanzó a sus brazos saltando encima de los cojines, dejando atrás la colcha.

-¡ALEX! -gritó loca de contenta-. Has venido y estás bien. ¡Oh, Alex!

El chico reía mientras Cassidy le regaba el rostro con sus besos. Y ciertamente, ahora sí estaban todos despiertos gracias a su algarabía. Ella palpó su rostro, su pecho y sus brazos en busca de alguna herida, parando a cada instante a besarle la cara y acariciarle el pelo.

-¿Para qué me despeinas? -la reprendió divertido, cuando se percató de que tanto él como ella estaban al borde de las lágrimas.

-¿Sabes que te digo, Alex? Que le den a tu pelo. -Ella le miró a los ojos y vio en ellos una rojez que jamás antes había visto. ¿Alex había llorado? Su Briel bueno, pero… ¿Alex?-. No vuelvas a hacerme esto nunca. -Tirándose a sus brazos, le reprendió, dejando de pensar en cualquier cosa que no fuera el hecho de que al fin estaban juntos otra vez-. Nunca.

-Jamás. Te lo prometo, hermana -suspiró él-. Pero… ¿Qué demo…? ¡¡Cassidy!! ¿Y tu vestido? ¿Pero qué haces en ropa interior? ¿Qué…?

Cassidy se apartó bruscamente de él para intentar entender de qué hablaba. Ella se miraba una y otra vez. Pero no daba con la respuesta. Era cierto. Sobre su cuerpo sólo estaba su sujetador negro sin tirantes y sus braguitas estilo brasileñas del mismo color.

-Que me maten si lo sé, Alex -respondió al fin, confusa-. No recuerdo… No recuerdo… ¿nada?

-¿Estabas vestida cuando te acostaste? -le preguntó con la mirada furibunda a la vez que la cubría con gestos rápidos en una de las colchas.

-Ni siquiera recuerdo haberme acostado. Yo…

-Caerías muerta y alguno de estos… -Alex dejó la frase en el aire, el mal genio no le dejaba ni siquiera dar con una palabra que describiera remotamente lo que pensaba de ellos.

A rastras la llevó al baño y cerró la puerta quedándose fuera. Apoyado contra ésta, barrió con la mirada a los tres hombres que ante él se encontraban. Lo que veía se le antojó como un grupo comercial de música diseñado para enloquecer a jovencitas como su hermana. El cachas surfista de melena larga y exótica, que prometía aventuras sin fin y unos emocionantes revolcones en alguna cueva escondida en la playa. El enorme leñador rubio de ojos azules, modelo “osito grandes abrazos”, con cara de niño, que parecía sacado de la portada de una novela erótica rosa en la que la contraportada se leyera: Duro y amenazante en el campo de batalla, tierno y apasionado entre las sabanas.

Por suerte para el Ken número tres estaba descartado. Él mismo le había llevado hasta allí. Así que el modelo: vecino soñado por las señoritas, de atuendo sencillo pero formal. De aspecto rotundamente hermoso y fuerte, sin llegar a ser amenazante, que parecía siempre dispuesto a desatascar lavabos, colgar cuadros y cambiar bombillas, educado. El modelo ideal de todos los anuncios dirigidos a las amas de casas deseosas de que un tipo como él apareciera para pedirles sal sin estar su marido en casa. Ese, ese se libraba por los pelos. Sólo porque él mismo le había hallado en la entrada de la bodega, medio asfixiado, tras andar y andar bajo el sol. Su plan había sido salir a la calle, por si algún Vampir le seguía, no guiarle hasta el búnker. Como Alex podía caminar bajo los rayos del astro rey siempre y cuando no estuviera bajo su apariencia real, fue lo que hizo. Hasta que el brillante sol obligó a todos los Vampirs a ocultarse. Entonces volvió y allí a dos metros de la entrada estaba Will. Era lo único por lo que su mirada asesina sólo se posaba sobre el candidato uno y dos.

-¿Te has vestido ya? -preguntó Alex a Cassidy entre dientes.

-¿Con qué? -quiso saber, encerrada en el aseo.

Alex por primera vez vio el vestido rojo de Cassidy dejado de mala manera en el suelo del cuarto, junto a lo que parecían los restos de un escritorio francés hecho añicos. Con un gesto de cabeza lo señaló y alzó la mano. El conciliador de Will, sabiéndose a salvo de toda sospecha, fue el encargado de entregárselo y retirase.

-Toma -dijo de manera seca Alex, ofreciéndole el vestido a Cassidy por una rendija que él al tiempo trató de ocultar con su cuerpo.

-¡Oh, no! Ésto otra vez no, Alex. Pesa, estoy cansada y algo mareada.

-No hay otra cosa -gruñó, sacudiendo el vestido con malos humos.

-Tiene que haberla. No pienso meterme otra vez ahí dentro.

-Cassidyyyyyyy -la llamó, impacientándose-. Por favor…

-Ni por favor, ni por un millón de diamantes -rebatió ella antes de comenzar a hablar como la niña malcriada que era-. No quiero… no… Pica y pesa y… Jooo… Dame otra cosa.

-¿Qué otra maldita cosa quieres que te dé? Aquí no hay nada -vociferó.

-Lo que sea, pero eso no. Por faaaa… o salgo así -amenazó Cassidy.

El interior del baño estaba cerca de ser tan grande como el resto del búnker. Tendría aproximadamente unos veinticinco metros cuadrados. Blanco y dorado por todas partes. En la encimera de dos senos, en la enorme bañera de patas, en la ducha, el retrete los azulejos. Era como si para diseñar aquel santuario de intimidad hubieran tomado como modelo un laborioso collar de perlas y oro. Cassidy se encontraba mareada y agotada. No era capaz de hilar ni siquiera dos pensamientos seguidos… Se sentía prácticamente igual que la primera vez que se dio un empacho de champán a los quince años. Trabajosamente se separó de la puerta de madera lacada de blanco, en cuya jamba se encontraba apoyada, y caminó hasta la otra punta del baño. Allí junto a los lavabos había un enorme armario con puertas de cristal. Rebuscó entre el millar de toallas blancas de grueso algodón… Nada, ni un solo albornoz. ¿Pero en qué estarían pensando sus padres cuando prepararon aquel escondite?

-Toma.

La voz de Alexander sonaba desde la puerta. Cassidy se giró despacio y arrastrando los pies descalzos regreso al punto de salida. La mano de su guardián se asomaba por la puerta, de ella colgaba algo. Cassidy lo tomó y Alexander inmediatamente sacó la mano del baño y cerró con brusquedad. La chica alzó la prenda y la examinó con gesto extrañado. No podía ser. Pero todo parecía indicar lo contrario. La tela que tenía entre sus manos era de gran calidad, negra y tersa.

-¿Estás seguro? -preguntó Cassidy, sacando la cabeza por una pequeña apertura de la puerta.

-No hagas que me lo piense y vístete -gruñó Alex, empujando con una mano la cabeza de la chica hacia el interior del aseo-. Gabriel, ¿fuiste tú? -exigió saber cuando hubo cerrado con otro portazo.

Cuando su enorme compañero no contestó, Alexander caminó hacia él amenazador. El metro noventa del moreno se veía algo empequeñecido comparándose con los dos metros largos de Gabriel. Y su fuerte espalda tampoco lucía tan ancha cuando desde atrás podías ver cómo sobresalía la de Gabriel a ambos lados de la suya. Pero aun así, el aire mortalmente peligroso que Alexander despedía en aquel momento habría logrado que nadie se hubiera atrevido a apostar por ninguno de los dos en una pelea.

-Te he hecho una pregunta, Gabriel -le recordó sombrío cuando sus frentes estaban a punto de tocarse por la cercanía.

La de Alex alzada al cielo y la de Gabriel inclinada de manera pensativa. El rostro de Alexander era el de alguien muy, pero que muy furioso y el de su compañero sólo reflejaba un dilema profundo: hablar o callar.

-¿Por qué tienes que darle tanta importancia a esto? -intervino Hardy, sentado en la cama.

-Cállate, Hardy, no estoy hablando contigo.

-Alexander -le llamó la atención advirtiéndole desde su derecha William, con tono severo.

-Por el amor de Dios. Sólo le estoy haciendo una pregunta -protestó desquiciado Alex-. Cuando empiece a meter palillos debajo de sus uñas podréis poneros en modo: proteger al pobre niño. Ahora sólo quiero que me responda. ¿Fuiste tú? ¿Desvestiste tú a Cassidy mientras dormía?

-No -fue lo único que Gabriel contestó.

Alexander se giró veloz. Ya sabía lo que quería. Ahora podía aplacar su furia sin temor a equivocarse de objetivo. Hardy pagaría por tal atrevimiento. Como una pantera se lanzó sobre su presa con los colmillos descubiertos. Gabriel y Will se tensaron, preparándose para actuar. Pero no fue necesario. Alexander no aterrizó sobre su meta, sino que acabó tumbado sobre la cama. Hardy no podía teletransportarse fuera y dentro del búnker, pero sí de un lado a otro en el interior de él. Alexander se volteó furioso, buscando a Hardy. Lo halló junto a la puerta, luciendo una sonrisa burlona que lo hizo enfurecer aún más.

-¡Parad! -ordenó con un grito Will-. Hardy quita ahora mismo esa sonrisa de suficiencia de tu cara o yo mismo te la borraré. Y tú -señaló a Alexander serio como el capitán que era-. No seas dramático. Tienes cosas más importantes por las que preocuparte ahora.

-¿Will?

La voz de Cassidy hizo que todos se olvidaran de lo que tenían entre manos. Había salido del baño y miraba al capitán sonriendo pletórica. Únicamente llevaba sobre ella la camisa de Dior negra de Alexander. A una chica de estatura media le habría cubierto hasta más abajo de las rodillas. Pero no a Cassidy. A ella con su más de metro setenta apenas le cubría parcialmente el inicio de sus estilizados muslos. Con las manos ocultas por las mangas, corrió para estrechar a su guardián jefe. Mientras ella se aferraba al cuello de William, Alexander corría a tirar del bajo de la camisa, el cual se estaba alzando dejando a la vista la tela de las braguitas de Cassidy.

-¿Podrías comportarte como si llevaras una de tus escasas minifaldas? Por favor -suplicó Alex.

Ella notó cómo algo terso le acariciaba la piel de las piernas. Al agachar el rostro para ver lo que era, Cassidy se sonrojó sin entender por qué, al ver a Gabriel rodearle con su sudadera la cintura y luego subir la cremallera de ésta, convirtiéndola en una curiosa falda improvisada.

-Gracias -susurró ella cuando él se apartó para sentarse en la cama sin alzar la vista del suelo.

Tras unos segundos atascada en la visión de Gabriel, Cassidy empezó a reaccionar y a centrarse. Miró uno por uno a sus guardianes como si estuviera pasando lista. William frente a ella, a su derecha Alex. Su Briel sentado en la cama, mirándose las playeras, y Hardy junto a la puerta del búnker, jugueteando con los cordones de su bañador blanco con flores hawaianas rojas y amarillas. Todos estaban tensos bajo su fingida distensión. Estaban a la espera de algo. Una cegadora luz inundó la mente de Cassidy. La misma luz que al filtrarse en su mirada dio el aviso a sus guardianes. Aquello que esperaban con resignada certeza se estaba dando en aquel momento.

-Si vosotros cuatro estáis aquí. ¿Quién está con mis padres?


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Weno chicasss aki les dejo el cap 4 d mi sis y su fic ^^
espero k les guste y comenten, a mi me tiene o.o y eso k este en particular no lo he leido u.u x falta d tiempo pero mañana sin falta..........
cuidensenme muxo chicas nos leemos byesss

]*Mosha*[

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